Vying vendors Vendedores rivalizan

Vying vendors
Story by Mónica Barnkow
Photos by Catherine Fonseca and Mónica Barnkow

Photo: M. Barnkow
Every day, Héctor E. Palaguachi sets up shop.
The Ecuadorian immigrant heads out early in the morning, and scouts out just the right spot to spend the day selling pastelitos, small dough pockets filled with meat and cheese, and fresh juices. He works uptown, typically staking out space somewhere along Broadway, between 189th and 207th Streets.
But it is a practice that keeps him on alert.
His most recent tickets were issued by the Department of Health and the New York Police Department (NYPD) on Wed., Oct. 7th.
The summons, for $2,000, is the sixth ticket he has received since starting his operation six years ago – for which Palaguachi does not possess a legal street vendor’s permit.
He is not alone.
Street vendors are clamoring for an increase in city vending licenses and permits.
In 1979, a cap was placed on permits issued by the city, limiting the number of food vending permits at 5,000, while licenses issued to non-veteran vendors were capped at 1,000.
As the industry has grown, so has a black market that seeks to sate new demand.
Palaguachi explained that leasing a permit from a black market vendor would cost about $25,000 every two years.
With such a prohibitive fee, being hit with the occasional summons made more business sense to him.
“(The black market permit) is too expensive, and it is not worth it to work for other people.”

Photo: M. Barnkow
As Palaguachi faced off against his most recent summons uptown, advocates at the Institute for Justice (IJ) and members of the Street Vendors Project at the Urban Justice Center (UJC) joined with street vendors downtown to urge City Councilmembers to lift the cap.
“We are pushing for legislation that would increase the number of permits and licenses as well as open opportunities for street vendors to work,” said Basma Eid, UJC organizer.
At the rally, IJ, a national, nonprofit, public interest law firm, released a report, based on a survey of 763 licensed street vendors in the 50 largest cities in the United States.
Key findings showed that street vending offers an accessible avenue to entrepreneurship, particularly to immigrants and minorities and those with limited education; vendors are job creators; and through their activities, vendors make considerable contributions to their local economy.
Vendor Doris Yao was featured in IJ’s report, and as she shared her story, she handed out complimentary dishes from her Taiwanese hometown. She said the limits were forcing vendors to either to work without permits or to seek out exorbitantly expensive black market permits.
Yao said she has been advocating for things to change since establishing her business, to no avail.

Photo: Catherine Fonseca
“We have tried for five years, but nothing happened.”
During the rally, Councilmember Jumanee Williams visited with the vendors and expressed support.
“I think it is important that everybody has the ability to support their families,” said Williams. “It is about giving people opportunity without taking away the opportunities that already exist.”
Palaguachi insisted that he had become more resilient after every summons.
“I have support from a lot of people. I am not scared.”
This past Thurs., Oct. 15th, he took again to the streets.
This time, he was joined by dozens of fellow vendors and advocates at Broadway and West 183rd Street. Many carried placards and signs, and long ribbons made of pink summons paper.
Adding urgency to their demands was the recent confiscation of Palaguachi’s cart. Though it was returned a day later, the loss of income and inconvenience rankled.
“It is an injustice,” said Palaguachi. “They treat us like we’re criminals.”

Photo: M. Barnkow
Street vendor Antonio Batista, an immigrant from the Dominican Republic, reported that he too had received countless summonses during his 25 years of operation, and said that he often felt harassed.
“They have given me thousands of tickets,” charged Batista. “They have put me in jail and I had to go court.”
Despite the ongoing risks, though, he insisted that he would continue to ply his wares to support his family.
“That’s what I do for a living,” he said.
Batista was hopeful that after a quarter of a century on the sidewalk, he might soon have a storefront his own.
“It is the desire of every street vendor: to get out of the streets,” he remarked.
Vendor Eleodora Vivar said that not having a license made her anxious every day.
“You never know,” she sighed. “Any minute, the cops can come.”
Mathew Shapiro, UJC staff attorney, said that there are more protests in store.
“We are here to keep the pressure up,” said Shapiro. “Hopefully they [councilmembers] can work a little faster and provide some relief to all of these vendors.”
“Let them work legally and not criminalize them,” he added. “They are part of the community.”
Vendedores rivalizan
Historia por Mónica Barnkow
Fotos por Catherine Fonseca y Mónica Barnkow

Foto: M. Barnkow
Cada día, Héctor E. Palaguachi instala su tienda.
El inmigrante ecuatoriano sale a primera hora de la mañana y explora el punto justo para pasar el día vendiendo pastelitos, pequeños bolsas de pasta rellenas de carne y queso y jugos naturales. Trabaja en el norte del condado, por lo general vigilando el espacio en algún lugar a lo largo de Broadway, entre las calles 189 y 207.
Pero es una práctica que lo mantiene alerta.
Sus multas más recientes fueron emitidas por el Departamento de Salud y el Departamento de Policía de Nueva York (NYPD por sus siglas en inglés) el miércoles 7 de octubre
El citatorio, por $ 2,000 dólares, es la sexta multa que ha recibido desde que comenzó su operación hace seis años, para la cual Palaguachi no posee un permiso de vendedor ambulante legal.
No es el único.
Los vendedores ambulantes están pidiendo un aumento de las licencias y permisos de venta de la ciudad.
En 1979 se colocó un límite a los permisos emitidos por la ciudad, limitando el número de permisos de venta de alimentos a 5000, mientras que las licencias emitidas a los vendedores no veteranos estaban limitadas a 1000.
A medida que la industria ha crecido también lo ha hecho un mercado negro que busca saciar la nueva demanda.
Palaguachi explicó que arrendar el permiso de un vendedor del mercado negro costaría alrededor de $25,000 dólares cada dos años.

Foto: M. Barnkow
Con dicha tasa prohibitiva, ser golpeado con los citatorios ocasionales le hizo más sentido empresarial.
“(El permiso del mercado negro) es demasiado caro y no vale la pena trabajar para otras personas”.
Mientras Palaguachi enfrentaba su más reciente citatorio en el norte del condado, los defensores del Instituto para la Justicia (IJ por sus siglas en inglés) y los miembros del Proyecto de Vendedores Ambulantes del Centro de Justicia Urbana (UJC por sus siglas en inglés) se unieron con los vendedores ambulantes centro para exhortar a los concejales de la ciudad a levantar la limitante.
“Estamos impulsando una legislación que aumentaría el número de permisos y licencias, y también abriría oportunidades a los vendedores ambulantes para trabajar”, dijo Basma Eid, organizador de UJC.
En la manifestación, IJ, una firma legal nacional de interés público sin fines de lucro, dio a conocer un informe basado en una encuesta a 763 vendedores ambulantes con licencia en las 50 ciudades más grandes de Estados Unidos.
Las principales conclusiones mostraron que la venta callejera ofrece una vía accesible para el espíritu empresarial, en particular para los inmigrantes, las minorías y las personas con educación limitada; que los vendedores son creadores de empleo y que a través de sus actividades hacen contribuciones considerables a la economía local.
La vendedora Doris Yao apareció en el informe del IJ y mientras compartió su historia repartió platillos gratuitos de su pueblo natal de Taiwán. Dijo que los límites fuerzan a los vendedores ya sea a trabajar sin permiso o a buscar permisos muy caros en el mercado negro.
Yao dijo que ha estado abogando por que las cosas cambien desde que estableció su negocio, sin ningún resultado.

Foto: M. Barnkow
“Lo intentamos durante cinco años pero no pasó nada”.
Durante la manifestación, el concejal Jumanee Williams visitó a los vendedores y expresó su apoyo.
“Creo que es importante que todo el mundo pueda mantener a sus familias”, dijo Williams. “Se trata de darle a la gente la oportunidad sin quitarle las que ya existen”.
Palaguachi insistió en que se ha vuelto más resistente después de cada citatorio.
“Tengo el apoyo de mucha gente. No tengo miedo”.
El pasado jueves 15 de octubre, salió de nuevo a las calles.
Esta vez se le unieron decenas de compañeros vendedores y defensores en Broadway y la calle 183 oeste. Muchos cargaron pancartas y letreros y moños de papel rosado de citatorios.
Agregando urgencia a sus demandas estuvo la reciente confiscación del carrito de Palaguachi. A pesar de que le fue devuelto al día siguiente, la pérdida de ingresos y molestias lo afligió.
“Es una injusticia”, dijo Palaguachi. “Nos tratan como si fuéramos delincuentes”.
El vendedor ambulante Antonio Batista, un inmigrante de la República Dominicana, informó que él también ha recibido innumerables citatorios durante sus 25 años de operación, y dijo que a menudo se siente acosado.
“Me han dado miles de multas”, acusó Batista. “Me metieron en la cárcel y tuve que ir a la corte”.
A pesar de los riesgos constantes, insistió en que continuará vendiendo sus mercancías para mantener a su familia.
“De esto vivo”, dijo.

Foto: Catherine Fonseca
Batista espera que después de un cuarto de siglo en la acera, pronto pueda tener un local propio.
“Es el deseo de todo vendedor ambulante: salir de las calles”, remarcó.
La vendedora Eleodora Vivar dijo que el no tener una licencia la tenía ansiosa todos los días.
“Nunca se sabe”, suspiró. “La policía puede venir en cualquier momento”.
Mathew Shapiro, abogado de UJC, dijo que hay más protestas esperando.
“Estamos aquí para mantener la presión”, dijo Shapiro. “Esperemos que los concejales puedan trabajar un poco más rápido y proporcionarle algo de alivio a todos estos vendedores”.
“Déjenlos trabajar legalmente y no los criminalicen”, agregó. “Son parte de la comunidad”.