The Other Crisis
La Otra Crisis

The Other Crisis
COVID-19, Climate Change and Children’s Health
By Frederica Perera

In the grip of the coronavirus, frightened and distracted, we have taken our eyes off a crisis that is far more serious in terms of its long-term impacts: the “existential crisis” of climate change.
COVID should not be an excuse or cover for the weakening of environmental and climate policies. Children would be the biggest losers. They bear the brunt of the emissions of climate-altering carbon dioxide and toxic co-pollutants such as fine particles and vapors from fossil fuel-powered motor vehicles, power plants and industry.
Epidemiologic research shows that climate change is now contributing to injury, death, adverse birth outcomes, illness, and impaired mental health in children through more frequent severe heat events, intense storms, flooding, drought, forest fires, malnutrition and the spread of infectious disease vectors. Climate change is also increasing food insecurity, social and political instability, particularly affecting children. While most of these impacts have been in developing countries, the U.S. has not been spared, as we have seen in recent years with Hurricanes Katrina, Sandy, Harvey, and Maria in Puerto Rico, flooding in South Texas, heat waves in the South, and the smoke and devastation from forest fires in California.
Fine particle and other air pollutants also take a huge public health toll. In addition to excess deaths (more than 100,000 every year in the U.S.) and cardiovascular illness in adults, studies in the U.S. and other countries show that air pollution directly affects the health and early brain development of children, raising the risk of infant deaths, preterm birth, low birth weight, impairment of cognitive and behavioral development, asthma and other respiratory illnesses.
Why are the young so vulnerable?

Think of the speed and complexity of the processes occurring in utero, during which the brain develops from a neural tube and the lung from a tiny bud at the beginning of pregnancy to functioning organs at birth. This highly choreographed development can be disrupted by toxic environmental exposures such as air pollution. These exposures damage DNA, affect synthesis of key proteins, cause inflammation and set up harmful immune responses, leading to developmental disorders and chronic illness in childhood. The result: more babies born preterm and low birth weight and more children with reduced IQ, learning difficulties, ADHD, mental health problems and asthma, all of which can affect health, learning and productivity over the child’s entire lifetime. These adverse outcomes are common in the U.S. where 10% of babies are born preterm, more than 8% of children have asthma, and an estimated 15% have a developmental disorder.
They are more common in minority populations: babies born to non-Hispanic black mothers have two times the risk of being born preterm compared to those born to white mothers. Among non-Hispanics, more than 12% of black children and 13.9% of Puerto Rican children have asthma compared to 8% of white children. So, failing to act to mitigate climate change and reduce air pollution would have immediate and long-term consequences for these vulnerable populations who have already suffered the most from climate change and toxic air pollution.
There could be a silver lining to the COVID-19 crisis, as dire as it is.

According to Joseph Aldy, an environmental economist at the Harvard Kennedy School, the COVID-19 crisis provides a unique opportunity to use government resources not only to address the immediate economic fallout from COVID-19 but also to make progress on climate change. He notes that climate scientists, environmental groups, certain industries and many others have been urging lawmakers to jumpstart the economic recovery through a green stimulus package including clean energy tax credits, requirements that bailed-out industries commit to decarbonize, building green infrastructure, and many more ideas.
More broadly, as we pause our usual lives during the COVID crisis, we should use this moment as an opportunity to get behind deeper changes that would ensure a “just transition” away from an extractive economy to a regenerative one and to policies that put equity and the needs of children and their future at the forefront.
Frederica Perera, DrPH, PhD is Professor of Public Health and Founding Director of the Columbia Center for Children’s Environmental Health at the Mailman School of Public Health at Columbia University.
La Otra Crisis
COVID-19, Cambio Climático y la Salud de los Niños
Por Frederica Perera

En las garras del Coronavirus, asustados y distraídos, nos hemos desenfocado de una crisis que es mucho más grave por su impacto a largo plazo, esta es la “crisis existencial” del cambio climático.
COVID-19 no debe ser una excusa ni una cubierta para que las políticas ambientales y climáticas se desarrollen débilmente, perdiendo la posibilidad de tener impacto sobre la crisis del cambio climático. Los niños serán los mayores perdedores. Ellos son los más afectados por las emisiones que alteran el clima como el de dióxido de carbono, y los contaminantes tóxicos como las partículas finas y los vapores emitidos por automotores, las centrales eléctricas y la industria que funcionan con combustibles fósiles. Las investigaciones epidemiológicas muestran que el cambio climático contribuye a la presencia de nacimientos con resultados adversos, a la morbilidad y lesiones, muerte, enfermedades y problemas de salud mental en niños. Estos daños se producen debido a los eventos cada vez más frecuentes de calores severos, tormentas intensas, inundaciones, sequías, incendios forestales, malnutrición y la propagación de enfermedades infecciosas. El cambio climático también ha aumentado la inseguridad alimentaria, la inestabilidad social y política, que afecta a los niños desproporcionadamente. La mayoría de estos efectos ya se han visto en niños de países en desarrollo, sin embargo, los niños de los Estados Unidos no están libre de ellos. En los últimos años, hemos visto la destrucción causada por los huracanes Katrina, Sandy y Harvey, María en Puerto Rico, las inundaciones en el sur de Texas, las olas de calor en el sur y el humo y la devastación de los incendios forestales en California.
Las partículas finas y otros contaminantes del aire también tienen un alto costo 2 en la salud pública. Además del exceso de muertes (más de 100,000 cada año en los EE. UU.) y las enfermedades cardiovasculares en adultos, los estudios en los EE. UU. y otros países muestran que la contaminación del aire directamente afecta la salud y el desarrollo temprano del cerebro de los niños, lo cual aumenta el riesgo de muerte infantil, parto prematuro, bajo peso al nacer, deterioro del desarrollo cognitivo y del comportamiento, asma y otras enfermedades respiratorias.
¿Por qué son tan vulnerables los niños?

Hay que pensar en el proceso biológico rápido y complejo que ocurre en el útero. Al comienzo del embarazo, el cerebro se desarrolla a partir del tubo neural, y el pulmón de un pequeño brote transformándose en órganos funcionales al nacimiento del bebe. Este desarrollo altamente coreografiado puede verse afectado por las exposiciones ambientales tóxicas como la contaminación del aire. Estas exposiciones dañan el ADN, afecta la síntesis de proteínas esenciales, causan inflamación y generan respuestas inmunes dañinas, lo cual produce trastornos del desarrollo y enfermedades crónicas en la infancia. El resultado: nacimiento de más bebés prematuros y de bajo peso al nacer, más niños con bajo coeficiente intelectual, con dificultades de aprendizaje, TDAH, problemas de salud mental y asma. Como consecuencia se afecta la salud, el aprendizaje y la productividad durante toda la vida del niño. Estos resultados adversos son comunes en los EE. UU., donde el 10% de los bebés nacen prematuros, más del 8% de los niños tienen asma y se estima que el 15% tiene un trastorno del desarrollo.
Estos resultados son más comunes en las poblaciones de minorías: los bebés nacidos de madres Afro-Americanas NO-hispanas tienen dos veces más riesgo de nacer prematuros en comparación con los bebés de madres blancas. Entre los NO-hispanos, más del 12% de los niños Afro-Americanos y 13.9% de los niños puertorriqueños tienen asma en comparación con el 8% de los niños blancos. Por lo tanto, 3 no actuar en mejorar las condiciones que causan el cambio climático y no reducir la contaminación del aire tendría consecuencias inmediatas y a largo plazo en estas poblaciones vulnerables, que ya han sufrido más por causa del cambio climático y la contaminación tóxica del aire.
Nos enfrentamos en una situación muy grave por el COVID-19, pero podría haber un lado positivo en la crisis.

Según Joseph Aldy, economista ambiental de la Harvard Kennedy School, la crisis de COVID-19 brinda una oportunidad única para utilizar los recursos del gobierno no solo para abordar las consecuencias económicas inmediatas de COVID-19 sino también para avanzar en los esfuerzos para reducir las consecuencias del cambio climático. Aldy, señala que, a los científicos del clima, grupos ambientales, ciertas industrias y muchos otros les urgen que los legisladores impulsen la recuperación económica a través de un paquete de estímulo verde que incluya créditos fiscales por el uso de energía limpia, acuerdos con las industrias rescatadas como requisito para que se comprometan a descarbonizar, construir infraestructura verde y muchas otras ideas.
En términos generales, a medida que hacemos una pausa en nuestra vida cotidiana durante la crisis de COVID-19, deberíamos usar este momento como una oportunidad para respaldar cambios más profundos que garantizarían una “transición justa” de una economía extractiva a una economía regenerativa y asegurar el desarrollo de políticas que pongan por delante la equidad, y las necesidades y futuro de los niños.
Frederica Perera, DrPH, PhD es profesora de salud pública y la directora fundadora del Centro de Columbia para la Salud Ambiental Infantil en la Escuela Mailman de Salud Pública en Columbia University.