
Frieze by the freeze
Story and photos by Sherry Mazzocchi

Evelyn Torres was driving east on Dyckman Street toward the Harlem River Drive when she saw something that made her stop and pull over.
She and her two daughters, 8 and 11, got out of the car with their cell phone cameras aimed at HighBridge Park’s sheer rock cliff, covered in a rainbow of brightly colored ice.
“We just flipped when we saw this,” the Westchester woman said. ”It’s beautiful. I didn’t think I would see something like this in the city.”
Luis Báez watched and smiled. The Inwood photographer said it was a common reaction.
“I wish I had ten cents for everybody that stops and takes a picture,” he laughed. “I’d be a rich man.”

Báez, 66, started coloring ice in the park about “five or six” years ago. The idea came to him while coloring Easter eggs with his children and grandchildren. He started out small, coloring frozen spots in remote parts of the park.
“Then it just got bigger and bigger,” he said.
He purchases the materials—mostly food coloring and spray bottles—himself. Last winter he spent nearly $5,000 to create what he describes as sunsets and sunrises.
Báez picked that particular spot because he likes the way the sun hits the ice in the morning and reflects off of the windows in the Dyckman House complex in the afternoon.
“It just glows,” he said.

Ice is clearly one of his favorite mediums. At home, he turns blocks of ice into fantasy-colored landscapes. He stores them in his mother’s freezer. “She’s mad because she can’t put any meat in there,” he said.
He also uses glass as a canvas, and prefers melted crayons over paints.
Working in the park, he’s developed a special technique. He mixes the colors at home and brings them to the park. He starts at the top of the huge rock outcropping and pours colors down into the ice.
It’s treacherous work. The ground is uneven and slippery. Báez has a bad back. Sometimes he’ll have so much pain after an expedition in the park that he’ll have to stay in bed for a day or two.

But if the weather cooperates, the ice freezes and the color stays. He adds layer after layer of color for texture and shading. Then he’ll add additional touches at the street level with a spray bottle.
The result is a frozen festival of color – shades more commonly found in a bag of Skittles than nature. Báez photographs the results and digitally arranges them into landscapes, sunrises and sunsets.
The public response has been overwhelmingly positive. Entire families often seen pose in front of the frozen color fiesta.
Once his sister found a man praying in front of the colored ice. When she asked why, he told her, “This must be the work of the devil.”
Báez is an ex-Marine, but possesses no demonic traits. He told The Manhattan Times that this particular ice color is a valentine to his friend Lynette.

“We met online a few years ago,” he said. “She’s my best friend.”
Jason Smith, Regional Director of the New York Restoration Project (NYRP), which oversees the park, said the work is a welcome addition. “Once people learn that the color is not the result of pollution, I’ve heard of no complaints,” he said. “Although we do not sanction or coordinate the artwork, we are glad to see anything that brings attention to some less visited parts of Northern Manhattan’s park system.”
NYRP suggested Báez submit work for the summer Ephemeral Art Project held in Sherman Creek. Báez applied in the past but wasn’t selected by Northern Manhattan Arts Alliance (NoMAA), which oversees the project.
“I travel during the summer anyway,” he said. He’s currently working on a book that documents sunsets and sunrises in every state. So far, he’s captured most of the mid-west and the south. This summer, he’s off to California, Oregon and Washington.
He has a lot of future plans. He wants to color the Harlem River’s ice floes and watch as they sail down the eastern coast of Manhattan.
“Next year,” he said, “I’m going to do Niagara Falls.”
Fresco por el congelamiento
Historia y fotos por Sherry Mazzocchi

Evelyn Torres conducía hacia el este por la calle Dyckman hacia Harlem River Drive cuando vio algo que le hizo detenerse y hecharce a un lado.
Ella y sus dos hijas, de 8 y 11, se bajaron del coche con sus cámaras de celulares dirigidas al acantilado de rocas escarpadas de Highbridge Park, cubierto por un arco iris de hielo de colores brillantes.
“Sólo volteamos cuando vimos esto”, dijo la mujer de Westchester. “Es hermoso. No pensé que vería algo como esto en la ciudad”.
Luis Báez miró y sonrió. El fotógrafo Inwood dijo que era una reacción común.
“Ojalá recibiera diez centavos por cada persona que se detiene y toma una foto”, se rió. “Sería un hombre rico”.

Báez, de 66 años, comenzó a pintar el hielo en el parque hace “cinco o seis” años. La idea se le ocurrió mientras coloreaba huevos de Pascua con sus hijos y nietos. Comenzó pintando pequeños puntos congelados en partes remotas del parque. “Después sólo se hizo más y más grande”, dijo.
Él compra los materiales, en su mayoría colorante de alimentos y botellas de aerosol. El invierno pasado gastó casi $5,000 para crear lo que él describe como puestas de sol y amaneceres.
Báez eligió ese lugar en particular porque le gusta la forma en que el sol golpea el hielo en la mañana y se refleja en las ventanas del complejo Casa Dyckman en la tarde. “Brilla intensamente”, comentó.
El hielo es claramente uno de sus medios favoritos. En casa, transforma bloques de hielo en paisajes coloridos de fantasía que guarda en el congelador de su madre. “Ella está enojada porque no puede poner ningún alimento ahí”, explicó.

También utiliza cristal como lienzo, y prefiere los crayones derretidos sobre las pinturas.
Trabajando en el parque, ha desarrollado una técnica especial. Mezcla los colores en casa y los lleva al parque. Comienza en la parte superior de la enorme roca saliente y derrama los colores en el hielo.
Es un trabajo traicionero. El suelo es irregular y resbaladizo. Báez tiene problemas de espalda. A veces tiene tanto dolor después de una expedición al parque que debe que permanecer en cama durante uno o dos días.
Pero si el clima coopera, el hielo se congela y los colores se mantienen. Añade capa tras capa de color para la textura y el sombreado, luego añade toques adicionales a nivel de calle con una botella de aerosol.

El resultado es un festival congelado de color, con tonalidades encontradas más comúnmente en una bolsa de Skittles que en la naturaleza. Báez fotografía los resultados y digitalmente los organiza en paisajes, amaneceres y puestas de sol.
La respuesta del público ha sido abrumadoramente positiva. Familias enteras se ven a menudo posando frente a la fiesta congelada de color.
Una vez su hermana encontró a un hombre orando frente al hielo colorido. Cuando le preguntó por qué, él le respondió: “Esta debe ser la obra del diablo”.
Báez es un ex marine, pero no posee rasgos demoníacos. Le dijo a The Manhattan Times que este color de hielo en particular es un San Valentín para su amiga Lynette.
“Nos conocimos en línea hace unos años”, dijo. “Ella es mi mejor amiga”.

Jason Smith, director regional del Proyecto de Restauración de Nueva York (NYRP por sus siglas en inglés), que supervisa el parque, dijo que el trabajo es una adición bienvenida. “Una vez que la gente sabe que el color no es el resultado de la contaminación, no he escuchado ninguna queja”, dijo. “Aunque no sancionamos ni coordinamos la obra, nos alegramos de ver cualquier cosa que llame la atención sobre algunas partes menos visitadas del sistema de parques del norte de Manhattan”.
NYRP sugirió que Báez presente trabajos para el Proyecto de Arte Efímero de Verano celebrado en Sherman Creek. Báez aplicó en el pasado, pero no fue seleccionado por la Alianza de Artes del Norte de Manhattan (NoMAA por sus siglas en inglés), que supervisa el proyecto.

“Viajo durante el verano de todos modos”, dijo. Actualmente está trabajando en un libro que documenta los atardeceres y amaneceres en cada estado. Hasta el momento, ha capturado la mayor parte del centro-oeste y el sur. Este verano, se irá a California, Oregón y Washington.
Tiene muchos planes para el futuro. Quiere pintar témpanos de hielo del río Harlem y ver mientras navegan por la costa oriental de Manhattan.
“El año que viene”, dijo, “Iré a las cataratas del Niágara”.